viernes, 21 de noviembre de 2014

El islam en Guadalajara. Identidad y relocalización, de Arely Medina, 2014.

Presentación del libro
El islam en Guadalajara. Identidad y relocalización, de Arely Medina. El Colegio de Jalisco. 2014. 202 págs. Incluye glosario, imágenes, bibliografía. (Zapopan, Jalisco, 20 de noviembre de 2014)

El estudio de Arely representa un importante avance en el conocimiento de las minorías religiosas en Jalisco y embona perfectamente con los esfuerzos más amplios, en sentido histórico y denominacional, ha emprendido el equipo de autores e instituciones que han participado en la edición del Atlas de la diversidad religiosa en México (2007). Arely habla de una comunidad y de una serie de personas de escasa visibilidad en el contexto tapatío, y en los que se piensa poco cuando se habla de diversidad religiosa. Solemos pensar en los miembros de las distintas denominaciones cristianas, o en la colonia judía establecida en estas tierras, e incluso en algunas de las creencias indígenas que han permanecido a pesar de la espada y la cruz del imperio español, pero es muy poco lo que se menciona, se habla y se conoce acerca de las comunidades y creyentes musulmanes en esta ciudad.
Cuando Arely me comentó hace ya algunos años acerca de su investigación sobre el islam en Guadalajara y cómo se había despertado su interés por estas congregaciones en Bayreuth, Alemania, me hizo recordar algunas de las vivencias y entrevistas que realicé a los miembros de las comunidades turcas durante mi estancia en esa misma ciudad y desde la que emprendí viajes para charlar con miembros de los clubes de orígenes griego, español, italiano y turco en algunas otras ciudades alemanas. Creo que muchos de quienes hemos estudiado iglesias minoritarias o a grupos de migrantes hemos tenido la experiencia de ser recibidos con una hospitalidad que no esperábamos dada nuestra condición de científicos sociales que tenemos (a veces) más interés en responder a nuestras inquietudes académicas que en encontrar personas que respondan a nuestras necesidades humanas. Repetidamente, algunos de los potenciales informantes, se han convertido para quienes hemos hecho trabajo de campo, en inesperados amigos que nos han abierto sus almas y sus afectos, sus memorias y sus archivos e incluso nos habrán salvado de algunas inclemencias de la época o del tiempo (recuerdo en especial cómo los musulmanes turcos en la antesala de la mezquita ubicada a un costado del cementerio en Berlín me ofrecieron abrigo de las nevadas de inicios de año).
Menciono esto no sólo para presumir que he compartido alguna cálida taza de auténtico CHAI con turcos y musulmanes, aun a pesar de nuestras grandes diferencias culturales y lingüísticas, sino para enfatizar, por vía de la anécdota, algo que los científicos sociales solemos utilizar en nuestras exploraciones de quienes son “los otros”. En ocasiones, armados de instrumentos conceptuales como el de “la alteridad” acabamos reconociendo la existencia o la necesidad de procesos empáticos en la investigación de campo. En ella, echamos mano constantemente de una distancia y un acercamiento necesarios para comprender, pero también para narrar lo que observamos y lo que nos cuentan de sus vidas y experiencias los demás con quienes charlamos.
En una escueta definición de lo que hacen los científicos sociales, Agustín Vaca expresaba hace ya algunas décadas, que lo que hacemos es: “meternos en las vidas ajenas”. Uno de los méritos de Arely estriba en hacer todo eso que he mencionado en los párrafos anteriores de manera seria y respetuosa: logra desentrañar la historia de cómo los miembros de un credo desarrollaron comunidades, prácticas, rituales e identidades en nuestro país, cómo “relocalizan” la fe en Guadalajara y, a la vez, Arely analiza los testimonios de los conversos mexicanos de modo que nos ayuda a entender sus procesos de conversión, las resistencias de sus entornos sociales, la manera en que cuestionan sus prácticas y creencias anteriores.
Desde la introducción, la autora señala que no le fue posible entrevistar a todos los practicantes del Islam en Guadalajara por cuestiones doctrinales, por barreras de idioma en el caso de los inmigrantes, o por tratarse de disidentes de la comunidad. Creo que sus lectores lamentamos también que no todo su universo planeado de entrevistados se haya visto limitado, pues en lo que expone nos ofrece una gran riqueza histórica y testimonial.
La ESTRUCTURA del libro contribuye a aclarar su argumento. En una introducción, cuatro capítulos, conclusiones y glosario, nos guía a través de las vidas de las comunidades e individuos musulmanes. Aunque eché de menos un par de términos en el glosario (que me ayudó a recordar el significado de algunos términos árabes utilizados en el texto), su ARGUMENTO queda claro. Gracias a que Arely sigue como debe ser las tres reglas de la retórica y habla de lo que se hablará, habla de lo que habla y habla de lo que se habló en las porciones pertinentes del libro, sus lectores podemos comprender de qué manera la relocalización de este credo está vinculada con las condiciones precarias de las comunidades. Como sintetiza Arely (pág. 80): Dios encuentra una rama baja para que se pose el pájaro débil que no puede volar y utiliza la analogía para describir los distintos espacios y momentos por los que atraviesan las comunidades musulmanas, enfatizando cómo algunas de las tendencias del Islam han llegado a Guadalajara y cómo la comunidad sunni ha logrado ser la relativamente mejor consolidada en cuanto a prácticas, rituales y lugares sagrados.
La autora muestra cómo en esta época las comunidades reales y las virtuales han logrado interactuar y cómo los procesos de conversión, en algunos casos, se han visto apoyados gracias a la existencia de internet y de las posibilidades de consultar las páginas web de otras comunidades musulmanas en el mundo.
Es indudable que el libro Islam en Guadalajara contiene una gran cantidad de ACIERTOS. Enumero algunos de ellos: un trabajo de campo tenaz, una reconstrucción de la historia de las agrupaciones, las opiniones de algunos de los líderes actuales y pasados, y principalmente su recolección y análisis de los testimonios de los conversos en un entorno católico. Arely logra una exposición detallada de la historia de las comunidades (principalmente) sunni y sufí en Guadalajara y además nos permite entrever sus conflictos, las relaciones con otras comunidades musulmanas en el país y en el mundo; explica los rituales, los términos, las prácticas y las “innovaciones” o desviaciones que se encarnan en los miembros de estas comunidades.
El concepto de “relocalización” en un mundo global me parece central en la exposición de Arely. Ya desde las primeras charlas que tuve con ella y con Cristina Gutiérrez Zúñiga, su directora de tesis de maestría, encontrábamos que este concepto central requería una definición clara, sobre todo en contraste con el de “localización” y en vista de que el Islam ha de aprenderse en árabe, pues fue éste el idioma en que Mahoma comunicó El Corán. En el sentido en que los traductores utilizan el término de “localización”, se trata de hacer que los textos se viertan de un idioma a otro, y a la vez se utilicen términos y alusiones que reflejen el mensaje del texto original pero también el idioma de llegada. El problema con convertirse en musulmán es que los márgenes parecerían ser mucho más estrechos.
Como muestra la exposición de Arely, la oración en las comunidades musulmanas en Guadalajara se realiza en árabe y se traduce literalmente, con escasa o nula “interpretación” en español, lo que genera un problema en cuanto a la “localización” y la “relocalización” de una creencia tan vinculada a un idioma. Las comunidades musulmanas han logrado “relocalizarse” tras un proceso que se ve fortalecido gracias a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que nos permite enterarnos acerca de lo que pasa en el “cinturón del Corán”, pero eso no significa que los márgenes para la reinterpretación del credo también se amplíen. Como señala Arely (pág. 29), la relocalización y la identidad de las comunidades alejadas del cinturón coránico se ven problematizadas por el contexto sociocultural, lo que se resuelve tras un proceso de reconfiguración. Arely afirma que
la relocalización se refiere a la parte final o al resultado de un proceso que logra la institucionalización de la práctica y el sistema de creencia islámico, en el sentido de que en una comunidad determinada pueda identificarse la aplicación de un criterio de ortodoxia religiosa” (Medina, pág. 33)
Enfatizo de la cita anterior el término ORTODOXIA, lo que es especialmente importante en las tradiciones islámicas.
Los testimonios de quienes comienzan a distinguir entre una identidad musulmana y una árabe, quienes se consideran como “cultural y religiosamente otros”, contrastan con quienes están dispuestos al disimulo de su conversión (“regresión” en el sentido de que significa volver a una naturaleza musulmana con la que nace todo ser vivo - pág. 66) y a asistir a prácticas o festividades religiosas llevados por sus familiares católicos, y a asumir gradualmente una identidad que los aleja del alcohol y otras prácticas no deseables en el Islam.
Hace algunos años, comenté a una prima que esa tarde habría un foro académico en la universidad de Guadalajara para analizar algunas aristas de un reciente conflicto inter-religioso. Ella respondió: “¿pero eso a quién le importa? ¡Hace tantos años que todos somos tolerantes y que a nadie la importa la religión de los demás!” Su pregunta y su afirmación vienen al caso cuando se piensa que buena parte del argumento del libro de Arely en cuanto a las etapas históricas por las que pasó el desarrollo de las comunidades musulmanas en México (disimulo obligado, disimulo pertinente, reislamización y conversión con proselitismo) está relacionado con las historias de vida de los nuevos conversos, quienes no siempre son aceptados en su nueva fe por sus parientes, y que son incluso cuestionados por sus amigos y sus compañeros de trabajo. Aquellas etapas que, bien podría considerar mi prima, han pasado ya para siempre, para los nuevos creyentes del Islam se convierten en situaciones que han de enfrentar y ante las cuales toman decisiones que les permitan seguir en el entorno tapatío.
Como describe Arely Medina, algunos de los nuevos creyentes tienen la suerte de que en sus familias y en su contexto social se les acepte como musulmanes y en su entorno se vea con naturalidad el uso del velo en las mujeres y el que eviten las fiestas, el alcohol, la carne de cerdo. Pero no todos los musulmanes en nuestro contexto son aceptados y algunos de los testimonios incluyen la narración de conflictos entre hija y padre, entre amigos profesionistas o entre parientes. Hay quienes critican a los nuevos conversos de seguir “una moda”, hay quienes los ven como traidores a la fe católica. Así que varios de los creyentes individuales que no han logrado ser aceptados han establecido estrategias que reflejan las etapas históricas de las comunidades en México. Así, algunos acaban por seleccionar a sus amigos, u optan, en distintos grados y contextos, por no informar a sus familiares, amigos o compañeros de trabajo.

No hay comentarios.: